jueves, 15 de marzo de 2012

LA NEGADA

LA NEGADA


Llegó a la casita para hablar con ella. Golpeó en la puerta. Sin réplica. ¿Habrá salido a separar las ovejas? Al acercarse  a la ventana tal vez estaba su propia figura reflejada. Estaría con los suyos pero no tenía suyos. ¡Qué cruel la cabaña en ese páramo verde! . Pocos árboles. Ni siquiera flores  silvestres de colores. Sólo una masa blanca a la distancia poblada de ovejas.  Madres con corderos y corderas. No las pudo apartar.
Sus nudillos en la madera sonaron con fuerza. En otra tentativa tomó el picaporte y le fue concedido el paso. Sin escalas caminó directo al dormitorio. Sobre la cama y en ropas ligeras estaba ella. Clausura de párpados fatigosos de luz. Boca sin besos ni sonrisas. Cuerpo inmóvil. Brazos y piernas sin destino. Negada para siempre al amor.


ALBERTO FERNANDEZ

miércoles, 30 de noviembre de 2011

DOS HOMBRES ESPERAN

DOS HOMBRES ESPERAN


-¿Espera a alguien, señor?- pregunta como para iniciar una relación.
-No, vine a la plaza para ver a qué hora sale la luna, le responde.
-No tengo la menor idea. Sin embargo, tengo entendido que sale de noche.
-Esa respuesta no me satisface, debe haber una hora. Es una obligación que tiene que cumplir, un horario ya estipulado por alguien.
- ¿Por quién?, pregunta el primer hombre.
-Lo ignoro.
-Usted ignora al responsable de los horarios y yo ignoro cómo me llamo, cuál es mi identidad y eso es más importante.
-Para usted lo será. Para mí lo es la hora de la salida de la luna.
-Lo suyo es más fácil, sólo es cuestión de esperar.
-Usted lo cree fácil y yo pienso que ambos deberíamos esperar. Usted, sus documentos para ser alguien y yo la luna para acompañar mi soledad.
-Extravié mis documentos y nadie sabe quién soy, cuál es mi proyecto de vida, mi historia.
- Su historia está en un papel, en alguna carpeta con su nombre y apellido, de sus padres y abuelos.
-Sí, lo sé, pero ¿quien tiene eso en su poder?
-Trate de buscar en Facebook o en Twiter. Ellos tienen todos sus datos. Fotografías de frente y perfil. Ideologías del pasado y aún del presente.
-¿Puede ser que haya cambiado mi ideología?
- Sí señor. Todos las cambiamos según la edad o según las flechas envenenadas de los medios de información o del mismo poder.
- Tampoco sé mi edad.
-Le repito que todo está en una carpeta. Yo lo ayudaría pero en este momento espero a la luna.
-¿Es tan importante para usted?
-Ya le dije que sin ella ninguno acompaña mi soledad.
-Probó con una mujer.
-Sí, pero solamente en luna nueva.
-Perdone que lo deje, seguiré buscando mis documentos.
-Le sugiero ir hacia el norte. Allí lo saben todo.

                                      ALBERTO FERNANDEZ



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martes, 15 de noviembre de 2011

EL HOMBRE EN LA SILLA JUNTO AL MAR

EL HOMBRE EN  LA SILLA JUNTO AL MAR

Vendría de un pasado penoso,  tal vez recordando lo vivido y lo faltado. Su refugio: la silla de paja a orillas del mar. Se despertó un día rodeado de muchachas. Le hablaban. Le preguntaban sin cesar de sus desdichas, de su soledad en el bullicio de la playa. Desaparecían y regresaban con bebidas. Un chantaje para arrancarle palabras al silencio. Primaveras con lluvias y arco iris
Muy cerca un río desconocía su manantial. De allí venían las muchachas. De una casita junto a él. Iban y volvían. Solo una sonrisa de agradecer.
Barba blanca, pelo blanco. Rostro quemado de Sol. Camisa con antiguo color y pantalones. Descalzo.
Si tan solo hablara las muchachas hallarían su remedio. Le proponían un techo y lo rechazaba con su cabeza pivoteando en negativa. Siempre mirando el mar. No el cercano, el lejano. El que se vuelca en el horizonte.
Las muchachas pensaban que algo había perdido allí. El mar devorador de cosas y de vidas.
Un día cualquiera una niña lo tomaba de sus hombros con la misma vista en lejanía. Era el momento de preguntar. Era el único instante y ella contó la historia. El hombre sentado en su silla junto al mar esperaba. Lo que un día fue arrojado desde un avión debería volver a su origen Tierra. Su corazón palpitaba por el encuentro. Como algunos otros debería volver del “paseo de la muerte”. Su ropa, sus huesos.
Las muchachas desconocían ese testimonio de horror y muerte. El hombre sentado en la silla junto al mar estaba allí aunque sea para la memoria olvidada.

ALBERTO FERNANDEZ

viernes, 14 de octubre de 2011

DE VUELTA AL HOGAR

DE VUELTA AL HOGAR
Se sentó en el bar junto a la ventana que da a  la calle. Un chop de cerveza, por favor. Una mujer con Jean y blusa celeste esperaba en la vereda. Ansiosa. A veces se apoyaba contra el vidrio. Pasó un largo rato medido por el contenido del vaso que bebió por pequeños sorbos. Una de las tantas formas de medir el tiempo. Ella seguía allí. Sin duda esperaba algo. Una mochila en su espalda. Cuando sólo quedaba un cuarto de la cerveza golpeó el vidrio con suavidad. Se dio vuelta y sus miradas se cruzaron. Con una seña la invitó a entrar.  Luego a sentarse junto a su mesa. Le pareció joven y bella. Difícil que no lo fuera. Por discreción hablaron del tiempo tormentoso sin mencionar el motivo de su espera. Cuando sonrió le preguntó su nombre. Daniela.  Conocía a una Daniela en su infancia. Era rubia y tenía sus ojos. De dónde. De Casilda. También Él era de allí. Que extraño encuentro en esa enorme ciudad.  Enorme y sucia. Ella esperaba a alguien que la llevaría al pueblo de su infancia. Una espera infructuosa. No llegó.
-Soy Rubén.
-Sí ahora te recuerdo. Eras alto de pelo castaño.
-Ese alguien que esperabas seré yo. Iremos ya al pueblo donde vivimos nuestros mejores momentos.
El micro desde la Terminal llegó seis horas después a Casilda. Un verano cálido, árboles florecidos y un olor a pasto que perfumaba las calles de tierra. Había llovido y el verde se unía a los colores de las flores. Flores silvestres que asomaban presuntuosas por sobre las cunas de sus plantas. Ninguno las recogía por bastas pero igual eran el orgullo de sus creadoras.
Daniela y Rubén caminaron juntos, tomados de la mano. El camino los recordaba. La escuelita también. Las casitas, los ranchos, la iglesia. Todos los reconocieron. El castaño que plantaron juntos, ya muy crecido. Ella rubia y él de pelo castaño. Como Odiseo, volvieron al hogar.
ALBERTO FERNANDEZ

domingo, 9 de octubre de 2011

EL PONTIFICE

EL PONTIFICE

Entusiasmados subimos las escaleras que cruzando el puente nos transportara a la otra orilla. Isaac, Yamid y yo. Era larga y en caracol.  En cada esquina, en cada curva un fragmento del decreto de Thiago (el poeta) traducido por el más grande.
Artic. 1 “Queda decretada que, desde ahora, vale la vida, vale la verdad.”
Con esfuerzo llegamos al segundo recodo.
Art. 2 “Los girasoles tendrán derecho a abrirse los grises domingos. “
Entusiasmados en el tercero decía: “La verdad será servida antes del postre. Por diez siglos el profeta,  el lobo y el cordero comerán juntos. Su comida tendrá el gusto de la aurora. Decrétese que nada estará obligado ni prohibido.”
Llegamos al último tramo de la escalera que coronaba el puente y nos detuvimos.  Para entonces no había más carteles. Dos hombres armados cuidaban la entrada. Una barrera de hierro los protegía. Preguntamos si podíamos entrar y nos contestaron que debíamos tener el carnet de pase obligatorio. Nos acercó un formulario que contenía preguntas que estábamos obligados a contestar.  Luego entregarlo por secretaría donde el pontífice nos daría el día y la hora de la audiencia.
Los tres estuvimos de acuerdo en volver. No era fácil atravesar el puente.
Recorrimos el regreso leyendo los fragmentos del poeta.
ALBERTO FERNANDEZ

albertofernandez@speedy.com.ar


miércoles, 28 de septiembre de 2011

LA CALLE EMPINADA

LA CALLE  EMPINADA
Alquilé un pequeño cuarto en esa extraña calle que asciende justo hasta la ventana para luego descender en la opuesta  forma. Era como si estuviera viviendo en el pico de una montaña. En sendas valijas nuestra ropa de verano.  La de ella, más pequeña.  Un único cuadro en la pared “El espejo falso”.
Una ventana a la calle misteriosa. Empedrada. Antiguas casas. Balcones en todas,  con flores en gestación.
En nuestra primera noche, interrumpieron nuestro silencio de besos. Borrachos o alegres. Alegres y borrachos, cantando. Adelante, como indicando caminos, un músico con un simple acordeón, trataba de complacer notas a las canciones. Nos asomamos desnudos y los aplaudimos.  Dos ventanas vecinas nos imitaron. Agradecidos, cantaron más fuerte. La noche no era para dormir. Me dijo: soy feliz, participo de la vida.
Brotaba la primavera con un aire tibio mientras canjeábamos sensaciones. Las noches eran eso. Mezclas de amor y cantos de borrachos alegres. Los horizontales y los verticales. Interrumpíamos el silencio de las estrellas. Despertábamos temprano para  volver a  amarnos.
Los días pasaron, las flores de los balcones  obedecieron los ciclos impuestos por, quien sabe quién. El Sol se alojaba menos en el cuarto. Sólo iluminaba en la pared la reproducción de Magritte.  Era la señal. Hora de partir.
Tomamos las valijas con nuestra ropa de verano. La de ella más pequeña. Partimos. Las dos calles ahora descendentes. Yo, la de la derecha.  Vi cómo se perdía su figura en la opuesta.

ALBERTO FERNANDEZ