martes, 31 de mayo de 2011

LA PIEDRA

LA PIEDRA


Era muy grande, de muy cerca era imposible verla entera. Sacó de la mochila el celular. En el buzón los lamentos de su madre. Mejor una canción de “Sumo”: “Estoy enamorado de este mundo moderno, estoy enamorado de estas chicas modernas”.
Llegó a la piedra escalando y se sentó a su sombra. No buscó la sombra, más bien
 protección.  Se durmió al arrullo del saxo de Pettinato. “Soltate con Wellapon, soltate. Soltá tu pelo con Wellapon”. Cuando llegó el agudo de Luca Prodan, despertó “… pienso en ella cuando estoy en la cama. ¿Sabés lo que es? Heroína, Heroína”
La piedra parecía equilibrarse apoyada en un punto pequeño, como si fuera movediza.. Si rodara en la pendiente lo aplastaría, lo encontrarían por fin pero fragmentado.
Aunque destrozado ya estaba. Su cuerpo se rompería pero la piedra no llegaría a inmutarse. Quedaría en otra posición por, tal vez, otros miles de años. Aceptando la luz y la sombra, los vientos podrían modelarla y modificar su forma. Más redondeada. Algunos enamorados dejarían la impronta de su amor: Alberto-Rosa, dentro de un mismo corazón. A lo mejor una intención que nunca se concretaría. Como la de él y Yanina en el eucalipto del Rosedal. Yanina no era, Yanina era Dora. José tampoco. Nadie su verdadero nombre. Ni agenda, ni libretita. Todo de memoria. ¿Garantía?
Ninguna. A Enrique le arrancaron de su memoria los nombres y los teléfonos. Pensó que habló por cable, no por la televisión, por cable eléctrico. Él hubiera hecho lo mismo, era más cobarde que Enrique. Su madre le quemó los papeles y enterró los libros. Le preparó la mochila con un botellón de agua. De sed no se moriría, de hambre sí. ¿Quién lo vendría a buscar? Nadie conocía ese lugar, tampoco la piedra. Oyó, de pronto, ruidos extraños, como de autos, de guijarros del camino saltando. Entonces los vio, eran muchos. Cuando lo protegió la piedra rebotaron pedazos. Cambió su forma sin necesidad del viento. El siguiente en la conciencia. Los demás no lo pudo escuchar. Muchas cosas se acabaron en ese preciso momento. Sólo “Sumo” y el agudo de Luca Prodan: “¿Sabés lo que es? Heroína, heroína” y con su presencia en todos los acontecimientos del universo total: la piedra.

ALBERTO FERNANDEZ

albertofernandez@speedy.com.ar


viernes, 20 de mayo de 2011

TAN POCA COSA

TAN POCA COSA

Una brisa húmeda con olor a barro comenzó a soplar desde el río no muy lejano. Los arrabales. Desde el autito podía sentirse ese extraño aroma que semejaba a tierra mojada. Las nubes rojizas acabaron por ocultar la luna y las estrellas. Cada cierto tiempo algún pájaro insomne parecía que gemía sobre las tapias, una ventana se abría, o alguien tosía.
Un auto pasó raudo dejando el sonido de las gomas sobre el asfalto. El reguero de luces amarillentas los iluminó unos segundos y se miraron. Cuando la oscuridad reinó de nuevo sobre las cosas, él aventuró su mano hacia el lugar donde debía estar el cuello delgado, frágil, de ella y lo acarició con ternura. La atrajo hacia sí en un gesto amorosamente autoritario. Lloraron. Fumaron en silencio.
Al rato, las nubes dieron paso a la claridad. Apenas una débil iluminación que se colaba por las ramas de los árboles formaba una gruesa bóveda sobre la calle. Desde la otra parte de la ciudad llegaban los primeros sonidos de autos y camiones y algunas campanadas de las iglesias. El día se iba imponiendo sin prisa.
Las instrucciones eran llegar al amanecer, esperar que entrara la enfermera y recién entonces apretar el intercomunicador. Decir Dora. Entrar sola.
Todo sucedió. La luz del pasillo de la Clínica se encendió como a medias Él la besó largamente. Le dijo –suerte. Ella no respondió  Bajó del coche y se concentró en los pasos que la separaban del edificio.
Cada minuto representaba un poco más de luz, un transeúnte más; la ola de agitación y ruidos amenazaba con llegar de un momento a otro. Cuando alcanzó la entrada, se detuvo. Entró. Él cerró de un tirón la puerta del coche.
La luz del día era ya algo más que una promesa. Un brillo sutil aparecía, suavemente, en los cristales de las ventanas. Él esperó y esperó.
ALBERTO FERNANDEZ