miércoles, 30 de noviembre de 2011

DOS HOMBRES ESPERAN

DOS HOMBRES ESPERAN


-¿Espera a alguien, señor?- pregunta como para iniciar una relación.
-No, vine a la plaza para ver a qué hora sale la luna, le responde.
-No tengo la menor idea. Sin embargo, tengo entendido que sale de noche.
-Esa respuesta no me satisface, debe haber una hora. Es una obligación que tiene que cumplir, un horario ya estipulado por alguien.
- ¿Por quién?, pregunta el primer hombre.
-Lo ignoro.
-Usted ignora al responsable de los horarios y yo ignoro cómo me llamo, cuál es mi identidad y eso es más importante.
-Para usted lo será. Para mí lo es la hora de la salida de la luna.
-Lo suyo es más fácil, sólo es cuestión de esperar.
-Usted lo cree fácil y yo pienso que ambos deberíamos esperar. Usted, sus documentos para ser alguien y yo la luna para acompañar mi soledad.
-Extravié mis documentos y nadie sabe quién soy, cuál es mi proyecto de vida, mi historia.
- Su historia está en un papel, en alguna carpeta con su nombre y apellido, de sus padres y abuelos.
-Sí, lo sé, pero ¿quien tiene eso en su poder?
-Trate de buscar en Facebook o en Twiter. Ellos tienen todos sus datos. Fotografías de frente y perfil. Ideologías del pasado y aún del presente.
-¿Puede ser que haya cambiado mi ideología?
- Sí señor. Todos las cambiamos según la edad o según las flechas envenenadas de los medios de información o del mismo poder.
- Tampoco sé mi edad.
-Le repito que todo está en una carpeta. Yo lo ayudaría pero en este momento espero a la luna.
-¿Es tan importante para usted?
-Ya le dije que sin ella ninguno acompaña mi soledad.
-Probó con una mujer.
-Sí, pero solamente en luna nueva.
-Perdone que lo deje, seguiré buscando mis documentos.
-Le sugiero ir hacia el norte. Allí lo saben todo.

                                      ALBERTO FERNANDEZ



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martes, 15 de noviembre de 2011

EL HOMBRE EN LA SILLA JUNTO AL MAR

EL HOMBRE EN  LA SILLA JUNTO AL MAR

Vendría de un pasado penoso,  tal vez recordando lo vivido y lo faltado. Su refugio: la silla de paja a orillas del mar. Se despertó un día rodeado de muchachas. Le hablaban. Le preguntaban sin cesar de sus desdichas, de su soledad en el bullicio de la playa. Desaparecían y regresaban con bebidas. Un chantaje para arrancarle palabras al silencio. Primaveras con lluvias y arco iris
Muy cerca un río desconocía su manantial. De allí venían las muchachas. De una casita junto a él. Iban y volvían. Solo una sonrisa de agradecer.
Barba blanca, pelo blanco. Rostro quemado de Sol. Camisa con antiguo color y pantalones. Descalzo.
Si tan solo hablara las muchachas hallarían su remedio. Le proponían un techo y lo rechazaba con su cabeza pivoteando en negativa. Siempre mirando el mar. No el cercano, el lejano. El que se vuelca en el horizonte.
Las muchachas pensaban que algo había perdido allí. El mar devorador de cosas y de vidas.
Un día cualquiera una niña lo tomaba de sus hombros con la misma vista en lejanía. Era el momento de preguntar. Era el único instante y ella contó la historia. El hombre sentado en su silla junto al mar esperaba. Lo que un día fue arrojado desde un avión debería volver a su origen Tierra. Su corazón palpitaba por el encuentro. Como algunos otros debería volver del “paseo de la muerte”. Su ropa, sus huesos.
Las muchachas desconocían ese testimonio de horror y muerte. El hombre sentado en la silla junto al mar estaba allí aunque sea para la memoria olvidada.

ALBERTO FERNANDEZ