lunes, 25 de julio de 2011

¿QIEN SE LO DICE?

¿QUIÉN SE LO DICE?
Conozco de tu casa casi todo. El jardín, la planta baja, los aleros, la pileta. Sólo un dormitorio: el de huéspedes. El tuyo no lo vi.
Un domingo de octubre salías con tu mujer hacia la pileta desde una puerta trasera. Era de Sol. Bárbaro para nadar y nutrirse de rayos cósmicos. Ella con una tanga, vos con short de baño. Anteojos para el sol. Antes de nadar te sentaste en los sillones junto a ella. De pronto dijiste que hablas olvidado la toalla. –Te doy la mía – No, voy a buscar la mía que es mas pequeña. Volviste a la casa. Volviste pero no regresaste. Tu mujer te esperó casi dormida acariciada por el aire tibio. Ella extrañó tu ausencia y entró a buscarte. No había nadie en la casa salvo yo que dormía en la habitación de huéspedes en planta baja después de una noche de wiskis. El silencio interrumpido por el ladrar de un perro vecino. Me levanté.  Ella vio el celular abierto con un mensaje. Sin mirarlo lo cerró. Cuando recorrió toda la casa lloró. Llamó a la policía. Yo guardé tu celular en mi bolsillo. En el cuarto de baño lo abrí y leí tu texto. ¿Quién se lo dice? Yo no. Me retiré silencioso previas lágrimas de tu mujer vertidas sobre mi hombro. Decime ¿quién se lo dice?

ALBERTO FERNANDEZ





TREINTA Y SEIS SEMANAS Y PICO

TREINTA Y SEIS SEMANAS Y PICO
Fui  sola a retirarlo. Se chupaba  el dedo. Nos reímos con la enfermera y desde entonces ya éramos conocidos. Aunque yo ya lo amaba desde antes. A partir del momento del placer. Del acto de vida. De pura vida.  Diferente. Por eso el gozo fue diferente. No se imaginaba ni por un remoto razonar lo que estaba  contribuyendo a crear.  Siempre era como una rutina. Ese delirio no lo razonaba.  Yo había dejado de pintar pero ahora sí.  Desaparecieron los negros, los marrones  y los rojos  que manchaban los pinceles.  Me vio pintar de nuevo. No entendía nada de símbolos.  Después de aquel  video sí porque el azul lo invadía todo. Yo era un cabello castaño, nariz pequeña, enormes bustos, piernas bonitas. Yo era todo eso.  El espejo y el halago me lo decían. Ahora yo era un vientre. Todo mi ser era un vientre. Siempre esperé. El tren, el pago de facturas, el consultorio. Ahora me tocaba esperar la magia de la concepción.

ALBERTO FERNANDEZ