DE VUELTA AL HOGAR
Se sentó en el bar junto a la ventana que da a la calle. Un chop de cerveza, por favor. Una mujer con Jean y blusa celeste esperaba en la vereda. Ansiosa. A veces se apoyaba contra el vidrio. Pasó un largo rato medido por el contenido del vaso que bebió por pequeños sorbos. Una de las tantas formas de medir el tiempo. Ella seguía allí. Sin duda esperaba algo. Una mochila en su espalda. Cuando sólo quedaba un cuarto de la cerveza golpeó el vidrio con suavidad. Se dio vuelta y sus miradas se cruzaron. Con una seña la invitó a entrar. Luego a sentarse junto a su mesa. Le pareció joven y bella. Difícil que no lo fuera. Por discreción hablaron del tiempo tormentoso sin mencionar el motivo de su espera. Cuando sonrió le preguntó su nombre. Daniela. Conocía a una Daniela en su infancia. Era rubia y tenía sus ojos. De dónde. De Casilda. También Él era de allí. Que extraño encuentro en esa enorme ciudad. Enorme y sucia. Ella esperaba a alguien que la llevaría al pueblo de su infancia. Una espera infructuosa. No llegó.
-Soy Rubén.
-Sí ahora te recuerdo. Eras alto de pelo castaño.
-Ese alguien que esperabas seré yo. Iremos ya al pueblo donde vivimos nuestros mejores momentos.
El micro desde la Terminal llegó seis horas después a Casilda. Un verano cálido, árboles florecidos y un olor a pasto que perfumaba las calles de tierra. Había llovido y el verde se unía a los colores de las flores. Flores silvestres que asomaban presuntuosas por sobre las cunas de sus plantas. Ninguno las recogía por bastas pero igual eran el orgullo de sus creadoras.
Daniela y Rubén caminaron juntos, tomados de la mano. El camino los recordaba. La escuelita también. Las casitas, los ranchos, la iglesia. Todos los reconocieron. El castaño que plantaron juntos, ya muy crecido. Ella rubia y él de pelo castaño. Como Odiseo, volvieron al hogar.
ALBERTO FERNANDEZ