viernes, 14 de octubre de 2011

DE VUELTA AL HOGAR

DE VUELTA AL HOGAR
Se sentó en el bar junto a la ventana que da a  la calle. Un chop de cerveza, por favor. Una mujer con Jean y blusa celeste esperaba en la vereda. Ansiosa. A veces se apoyaba contra el vidrio. Pasó un largo rato medido por el contenido del vaso que bebió por pequeños sorbos. Una de las tantas formas de medir el tiempo. Ella seguía allí. Sin duda esperaba algo. Una mochila en su espalda. Cuando sólo quedaba un cuarto de la cerveza golpeó el vidrio con suavidad. Se dio vuelta y sus miradas se cruzaron. Con una seña la invitó a entrar.  Luego a sentarse junto a su mesa. Le pareció joven y bella. Difícil que no lo fuera. Por discreción hablaron del tiempo tormentoso sin mencionar el motivo de su espera. Cuando sonrió le preguntó su nombre. Daniela.  Conocía a una Daniela en su infancia. Era rubia y tenía sus ojos. De dónde. De Casilda. También Él era de allí. Que extraño encuentro en esa enorme ciudad.  Enorme y sucia. Ella esperaba a alguien que la llevaría al pueblo de su infancia. Una espera infructuosa. No llegó.
-Soy Rubén.
-Sí ahora te recuerdo. Eras alto de pelo castaño.
-Ese alguien que esperabas seré yo. Iremos ya al pueblo donde vivimos nuestros mejores momentos.
El micro desde la Terminal llegó seis horas después a Casilda. Un verano cálido, árboles florecidos y un olor a pasto que perfumaba las calles de tierra. Había llovido y el verde se unía a los colores de las flores. Flores silvestres que asomaban presuntuosas por sobre las cunas de sus plantas. Ninguno las recogía por bastas pero igual eran el orgullo de sus creadoras.
Daniela y Rubén caminaron juntos, tomados de la mano. El camino los recordaba. La escuelita también. Las casitas, los ranchos, la iglesia. Todos los reconocieron. El castaño que plantaron juntos, ya muy crecido. Ella rubia y él de pelo castaño. Como Odiseo, volvieron al hogar.
ALBERTO FERNANDEZ

domingo, 9 de octubre de 2011

EL PONTIFICE

EL PONTIFICE

Entusiasmados subimos las escaleras que cruzando el puente nos transportara a la otra orilla. Isaac, Yamid y yo. Era larga y en caracol.  En cada esquina, en cada curva un fragmento del decreto de Thiago (el poeta) traducido por el más grande.
Artic. 1 “Queda decretada que, desde ahora, vale la vida, vale la verdad.”
Con esfuerzo llegamos al segundo recodo.
Art. 2 “Los girasoles tendrán derecho a abrirse los grises domingos. “
Entusiasmados en el tercero decía: “La verdad será servida antes del postre. Por diez siglos el profeta,  el lobo y el cordero comerán juntos. Su comida tendrá el gusto de la aurora. Decrétese que nada estará obligado ni prohibido.”
Llegamos al último tramo de la escalera que coronaba el puente y nos detuvimos.  Para entonces no había más carteles. Dos hombres armados cuidaban la entrada. Una barrera de hierro los protegía. Preguntamos si podíamos entrar y nos contestaron que debíamos tener el carnet de pase obligatorio. Nos acercó un formulario que contenía preguntas que estábamos obligados a contestar.  Luego entregarlo por secretaría donde el pontífice nos daría el día y la hora de la audiencia.
Los tres estuvimos de acuerdo en volver. No era fácil atravesar el puente.
Recorrimos el regreso leyendo los fragmentos del poeta.
ALBERTO FERNANDEZ

albertofernandez@speedy.com.ar