jueves, 15 de septiembre de 2011

Besame otra vez, Ingrid: Domingo en 7


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Besame otra vez, Ingrid: Domingo en 7: Domingo en 7 Alvaro. Hoy vuelvo a visitar tu blog. La última fue cuando conocí a tu madre y a tu padre en el simposio de escultura de CONC...

UNA MUJER ES UNA MUJER ES UNA MUJER

UNA MUJER ES UNA MUJER ES UNA MUJER.

En la sala del pequeño cine pasaban películas de culto. Aquellas de gran calidad artística pero de baja concurrencia de público. –Te gusta Godard, le dije- Déjame seguirla, después hablamos, respondió. “Una mujer es una mujer” era el título que elegimos. La oportunidad de continuar la conversación estaba planteada. Al terminar fuimos a un café aledaño para seguir con nuestra charla. –Te guste o no te guste …es Godard. – El final “Yo no soy una infame, soy una mujer”- -Ella baila, canta, coquetea con ambos personajes. – menage a trois.
–Pero, ella ¿ama realmente?- No, se ama a sí misma- Exige, pide escuchar a Aznavour.- Parpadea, - Mira al espectador para buscar complacencia.- El director juega con la cámara en mano, con la música.- Me gustó.
Hablamos y hablamos hasta que la charla se escapó de la película, de su contenido, de su mensaje, para adentrar en lo más  íntimo de nosotros dos.
Margarita Ríos era una flor. Su aliento desparramaba  aromas de tierras desconocidas. Los besos eran traslado de sensaciones nacidas en lo más hondo de su cuerpo. Su amor cegaba el camino de lo racional. La voz, risa o murmullo. Cuando aparecían las lágrimas inundaban los ríos de la tristeza. En su frente pegada la pancarta de la memoria. La piel, adornada con colores, ruborizaba al que la mirara. En el abrazo ensartaba  sus latidos  como cuentas de collar. Margarita Ríos esfumaba, por tiempos indefinidos,  la realidad del instante. Era entonces cuando yo descendía los nueve niveles del Dante. Gradualmente, las emociones se intensificaban, y finalmente el despertar placentero. Margarita regalaba su cuerpo.
Las furias filtran los orificios y los espejos filman las secuencias. Rostros alegres, miradas y semipàrpados alimentando el placer de la sangre. Interrupción de los pensamientos
Final del acto. Una puerta que vibró para abrirse y como colofón lo hizo. Las puertas se abren al olvido. Sólo quedé yo y los espejos que lentamente reflejaban voces, risas, lágrimas, jadeos, semipárpados y una piel adornada con colores para, en momentos infinitamente pequeños, borrarse y dejar paso a nuevas imágenes.
Me fuí rumbo al olvido. El cuarto dispuesto a recibir a otros Godard. Iguales pero diferentes.
ALBERTOFERNANDEZ





Domingo en 7

Domingo en 7

Alvaro. Hoy vuelvo a visitar tu blog. La última fue cuando conocí a tu madre y a tu padre en el simposio de escultura de CONCORDIA. Esa vez fue cuando leì tu primer premio del concurso de cuentos de LA RIOJA. Unos cuentos muy creativos y con una escritura transgresora. Si te interesa te paso mi blog sin obligación de compra: www.besameotravezingrid.blogspot.com Un abrazo Alberto
mi mail: albertofernandez@speedy.com.ar

martes, 13 de septiembre de 2011

¿PORQUÉ SE FUERON?

                                                                                                         
¿PORQUÈ SE FUERON?

¿Maquillarlas, limpiar algodones nasales, vestirlas de blanco, zapatos blancos, lunas blancas de las uñas, separar carne agua, agua carne. Pintar sus bocas de granada roja oscura, para que vuelvan a plasmar el puño de pájaros desgarrados en poemas?
 Ella estaba allí sentada mirando fluir el río viajero incansable. No estaba el aire ni muy frío ni templado. Así como quería estar el aire. Como se le antojara estar. Recordó viejos sueños que aún la hostigaban. El primer beso asomó, suave, dulce. Un arrobo de ternura invadió sus mejillas. Unos hermosos momentos duró esa relación adolescente. Creyó que para toda la vida en el tiempo medido en su reloj de mujer. Tiempo infinito. Tiempo mudo, implacable.
El silencio interrumpido por los ruidos de la naturaleza, monótonos y reiterados. El viento sonaba en el follaje de los árboles, el río murmuraba lenguajes incomprensibles y voces de pájaros desconocidos buscaban quién sabe qué. Seguro, la propia vida de todas las cosas. Vida que la rodeaba como una aureola persistente.
Pensó y volvió a pensar hasta la tortura- ¿por qué se habían ido sin dejar ver sus rostros? En sepia no servían. Que probaran volver. Virginia, Alejandra, Alfonsina. Otra oportunidad.
Creyeron que no, aunque todos las amaban. Confundidas estuvieron en esa agua fría sin asomarse al aire del espíritu en paz. Como antes que impregnaron los oídos con las mariposas de sus voces
Recordó aquel beso y los otros y los infinitos otros. Ella también transformó en palabras, sensaciones. El no comprendió esa transmutación. Por eso lloró. Por eso y por aquellas a las que apedrearon y confundieron sus mundos.  A veces no sólo rasguñaron, dolieron.
¿Por qué no preguntaron? Había otro modo de vivir, sin ahogos, sólo asomándose a la vida. Silvia Plath, Violeta Parra ¿Por qué no preguntaron? Caminantes. Hubieran comprendido que era así: Infierno y Paraíso, un hueso triste, pero les dolía la vida con sus ropas perfumadas de dolor a la hora de partir. Para qué pretendía él la posesión. Fueron las que dieron vida hasta muertas, como la difunta, nada de sus mendrugos, de sus apuros. De sus pechos se nutrió el mundo nuevo o de los pechos de sus hijas.

Él le habló de no sabía qué mientras ella continuó pensando en los besos, los primeros. Habló y habló, no dejó de hablar mientras ella pensó en encerrar palabras. Como lo hicieron aquellas, las viajeras. 
Por dentro le agradeció la ternura generada por primera vez. Siguió hablando de la dulzura de sus ojos, creyó oír; de sus labios rojos, tal vez oyó. Interrumpió ella para preguntar si podía volver en un rato. Y partió hacia la vida en rápido vuelo.
Se siguió preguntando por qué se fueron,  por qué dejaron trunca la belleza si igual se podía vivir esta inmundicia del mundo maravilloso encerrado en el nimbo con sus herramientas mentirosas juntando de a poco palabras bellas para nosotros,  espíritus sensibles, enarbolando pancartas de amor. No a la guerra. A ellas no les quedaba bien el fusil. Sabían defender la vida, proteger a sus niños. Todos nacidos de sus vientres.
¡Que hermoso premio¡ Se acordarán siempre de sus manos , de las caricias, de un dios que les dijo, “parirás con dolor”.  Dolor y muerte en esta corta y comprometida senda.
Él en su propia necesidad de fertilizar, ella en su obligatoria urgencia de procrear. ¿A quién pertenece el fruto? Puede ser que a la vida.

                                         ALBERTO FERNANDEZ







miércoles, 10 de agosto de 2011

LA SALVADORA DE LAS TINIEBLAS

LA SALVADORA DE LAS TINIEBLAS

Era una montaña que una vez trepada daba un certificado de autenticidad.  Escalé hasta la cima, creo. Desde allí se veía cómo medio disco del Sol se ocultaba más abajo que el horizonte. Medio disco. Creo sólo medio disco para subir nuevamente y seguir alumbrando. Rara conducta. Pensé que hubiera sido hermoso que el mundo fuera sostenido por elefantes Mi mente no entendía lo que estaba viendo. Con temor me refugié en un agujero de la montaña. Creo que sospeché de una continuidad lineal. El polvo lo cubría todo. Polvo, cenizas o arena. Unas fuertes humedades en las paredes se condensaban en chorros de agua como grifos. No creí sentir ningún peligro al entrar. Aventuré un primer paso sobre ese suelo blando. Mi pisada, creo, marcada, me trajo antiguos recuerdos. Como a la distancia llegaban agradables olores. Con decisión, entré en esos olores. A través de ellos me hice una senda cavando mi huella a cada paso. Rozaba las paredes y rasaba el suelo arenoso.  Olvidando toda prudencia me senté en la superficie polvorienta. Se levantó una nube que llenó mi boca, mis pulmones. Busqué con mis uñas el fondo de la arena, o la ceniza o el polvo. La verdadera Tierra, la originaria. Me levanté y seguí la huella hasta el recodo. Allí, justo en el vértice del ángulo  creí oír voces, golpes de pico, como percutiendo la roca. Gritos, creo, crujir de ruedas de carretas. Desapareció el cielo, sólo una arcada de roca que amenazaba aplastarme. Aprisionado entre el piso y el techo. Creo que era miedo. Todo estaba quieto e imperturbable. Seguí los ruidos lejanos esperando la salida, la luz negada. Si ella estuviera allí. , creo, me ayudaría con su largo hilo a hallar la salida. Ese piso indigno, blando, me dolía. Ansiaba, creo, el duro profanar del  suelo conocido. Tropezaba,  a cada paso con las sombras.
Sentía,  otra vez, el murmullo de voces y el crujir de las carretas. No ya a lo lejos, más bien sobre mi cabeza.  En ese suelo de cenizas o arena o polvo, creo, brillaba un rayo de luz solar. Sobre él, muy levemente,  un hilo blanco. ¿Cómo a la salida, si era conocido que ella me lo pondría a la entrada?  Daba igual para escapar de esa torturante oscuridad de roca y piso blando y paredes húmedas y chorreantes y techos abovedados de piedra. 
Cada vez se amplió más el haz de luz. Ya era un cilindro de rayos paralelos que, creo, tomaban  la forma del lugar. Como uno dentro del otro. Hasta que se agrandó y lo ocupó todo. El piso de cenizas o arena o polvo y el techo de piedra o roca y las paredes húmedas y chorreantes como cataratas. Todo. Sin embargo seguí siendo fiel al hilo y por fin llegué a la boca final. La montaña estaba detrás. Mis ojos estaban heridos por esa luz del Sol de peregrina conducta que ahora mostraba su disco en todo su circular. No quise recordar ese torturante camino de la oscuridad para regocijarme con la grandiosidad de la luz. Era más importante que ese disco de  inaudito proceder. Ella, la inventora del hilo, la salvadora de las tinieblas estaba esperando en el valle junto a un árbol. A paso firme, sobre el suelo amigo, creo que corriendo, llegué hasta  allí.

ALBERTO FERNANDEZ   08/2011


lunes, 25 de julio de 2011

¿QIEN SE LO DICE?

¿QUIÉN SE LO DICE?
Conozco de tu casa casi todo. El jardín, la planta baja, los aleros, la pileta. Sólo un dormitorio: el de huéspedes. El tuyo no lo vi.
Un domingo de octubre salías con tu mujer hacia la pileta desde una puerta trasera. Era de Sol. Bárbaro para nadar y nutrirse de rayos cósmicos. Ella con una tanga, vos con short de baño. Anteojos para el sol. Antes de nadar te sentaste en los sillones junto a ella. De pronto dijiste que hablas olvidado la toalla. –Te doy la mía – No, voy a buscar la mía que es mas pequeña. Volviste a la casa. Volviste pero no regresaste. Tu mujer te esperó casi dormida acariciada por el aire tibio. Ella extrañó tu ausencia y entró a buscarte. No había nadie en la casa salvo yo que dormía en la habitación de huéspedes en planta baja después de una noche de wiskis. El silencio interrumpido por el ladrar de un perro vecino. Me levanté.  Ella vio el celular abierto con un mensaje. Sin mirarlo lo cerró. Cuando recorrió toda la casa lloró. Llamó a la policía. Yo guardé tu celular en mi bolsillo. En el cuarto de baño lo abrí y leí tu texto. ¿Quién se lo dice? Yo no. Me retiré silencioso previas lágrimas de tu mujer vertidas sobre mi hombro. Decime ¿quién se lo dice?

ALBERTO FERNANDEZ





TREINTA Y SEIS SEMANAS Y PICO

TREINTA Y SEIS SEMANAS Y PICO
Fui  sola a retirarlo. Se chupaba  el dedo. Nos reímos con la enfermera y desde entonces ya éramos conocidos. Aunque yo ya lo amaba desde antes. A partir del momento del placer. Del acto de vida. De pura vida.  Diferente. Por eso el gozo fue diferente. No se imaginaba ni por un remoto razonar lo que estaba  contribuyendo a crear.  Siempre era como una rutina. Ese delirio no lo razonaba.  Yo había dejado de pintar pero ahora sí.  Desaparecieron los negros, los marrones  y los rojos  que manchaban los pinceles.  Me vio pintar de nuevo. No entendía nada de símbolos.  Después de aquel  video sí porque el azul lo invadía todo. Yo era un cabello castaño, nariz pequeña, enormes bustos, piernas bonitas. Yo era todo eso.  El espejo y el halago me lo decían. Ahora yo era un vientre. Todo mi ser era un vientre. Siempre esperé. El tren, el pago de facturas, el consultorio. Ahora me tocaba esperar la magia de la concepción.

ALBERTO FERNANDEZ