lunes, 7 de marzo de 2011

SOÑAR CON AMANDA


SOÑAR CON AMANDA                ALBERTO FERNANDEZ

                                                              
                                                                   Hoy es 8 de marzo, uno de los                                                                           sempiternos días de la mujer
                                                                       

                                                                       

                                                                       
 Al principio no escuchaba nada. Luego oí la voz; primero débil pero a medida que me acercaba se hacía nítida aunque sin sentido. Había salido del silencio. Al llegar al lugar de donde partía se desvanecía. Retrocedí y al alejarme se iba oyendo con cierta fuerza. Pensé en un punto distante del principio y el final. Ahí estaba la clave. ¿Cuál era ese sitio? En ese túnel quería saber el significado de la voz. Estaba solo y pensaba que algo quería decirme. Sonaba como un reproche, pero no podía descifrarlo.
Con un sudor profuso me senté en la cama; ella no estaba. Me esforcé por mantener el recuerdo para continuar con aquel sueño. Sin embargo era otro aunque dentro del mismo túnel. Creí estar junto a ella, con otro rostro. No la vi venir. Tal vez así la hubiera reconocido. Ninguna voz, ni la del silencio. En esa ambigüedad no sabía si era bella, si lo había sido, si lo sabría en el futuro porque, de pronto, era una niña. Al momento desaparecía, más bien se marchaba lentamente, cada vez más distante, le supliqué que volviera más tarde, durante el día, en la semana, en el mes.
Abrí la ventana para que entrara ese aire fresco que secara mi transpiración. ¿Por qué sería si no había bebido? Entré al baño a ducharme. De reojo volví a ver que no estaba ella a mi lado. Yo solo en esa cama tan grande. Bajo el agua pensé que la amaba. No sé si esa era la palabra. Yo nunca había amado. Lo aprendí en la escuela, en hoteles, en iglesias. Me lo enseñaron en prosa y en verso. Mi profesora de inglés; en los vestuarios de compañeros de fútbol. Lo que hice con ella tenía ese nombre, lo aseguro.
Caminé todo el día pensando en Amanda aunque no quería llamarla así, prefería un nombre más corto que se pudiera contraer. Por ejemplo Luisa y decirle Lu. Esperaba la noche, más bien sus ruidos, las voces, unas imágenes hasta entonces misteriosas, pero nunca horrendas. Sólo las cuevas o los túneles que no mostraban una luz al final. Mas no los pozos que me producían angustias. Comí profusamente, dicen que es mejor para soñar.
Ni túneles ni cuevas: era mi casa, sin embargo no lo era.  Faltaban elementos para que dijera: “esta es mi casa”.
-No puede permanecer acá, me dijo un señor con uniforme militar de alto rango.
-Si es mi casa, le respondí.
-Este es un centro de detención, retírese o ¿desea desaparecer?
-Vengo a buscar a ella.
-¿A quién?
-A Lu, agregué
-No está aquí, no está allá, no está en ninguna parte, me dijo, retírese de inmediato.
Soldados por todas partes que se transformaban rápido en cactus con espinas.
Fue entonces cuando vi a Lu en un pozo junto con jóvenes desnudos.
Sentí tanto dolor que hice fuerza para despertar y sentarme al borde de la cama. Ella no estaba cuando miré hacia atrás. Debajo de la ducha aparecieron los recuerdos. Siempre decía “un poco de dignidad” o “morir de pie como los árboles y sus proyectos”. Era Lu y Amanda y amada mía cuando la llevaron.



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