sábado, 5 de febrero de 2011

AMAN LA MUERTE


AMAN LA MUERTE

Era un milico conocido quien pasaba sus cartas. “Qué horror, aman sólo la muerte”. Se las entregaba a su abuela. Ella no tenía portación de diferencia. Por plata. Era otra vieja, desconocida por la herejía, que se las hacía llegar. “Seis meses, pronto llegará tu Esteban”. Por el ventanuco contaba las lunas. El péndulo cósmico en acuerdo absoluto con su propio reloj femenino. Un contacto con el Universo. Para ir conociéndose. Doce lunas más faltaban. Buena comida, buen trato Lo místico a través de monseñor. El mismo que casó a madre y la bautizó a ella. Ese, pero otro. El bueno de las almas descarriadas.  A veces la hostia no se las tragaba para vivir con ellas. “Tu hijo está enfermo. No me lo diga padre., me sabe a hiel. Tu hijo se concibió con el estigma de la ideología”.
A veces, a algunas otras, les decía que los suyos eran hijos del pecado Cuál, le preguntaban.  El de no creer en Dios, respondía. Ella le asentía pero otras contestaban. Si Dios viniera acá qué diría.  No respondía. Algunas replicaban que los inquisidores inventaban a los sacrílegos. “Mi querido Esteban dios está en todas partes pero acá no quiso entrar”.
Hubo un silencio y llegó su mensaje de la novena luna. “Termina en menguante” le escribió. “Este mes termina en menguante” y llegó. Tan fiel a los principios, llegó. Bien atendidas por médicos de todas las especialidades en ese lugar que, según decían, había sido un cuartel de la guerra.
Cuando nació Esteban tomo de su pecho el sustento para su vida y crecimiento. Idiotas, no supieron que de allí, no solo pasaban nutrientes, sino también sus interpretaciones sobre la igualdad y la justicia
Un silencio largo apagó sus cartas. Un largo silencio. Esteban no supo más de ella ni de Esteban.

ALBERTO FERNANDEZ

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