martes, 13 de septiembre de 2011

¿PORQUÉ SE FUERON?

                                                                                                         
¿PORQUÈ SE FUERON?

¿Maquillarlas, limpiar algodones nasales, vestirlas de blanco, zapatos blancos, lunas blancas de las uñas, separar carne agua, agua carne. Pintar sus bocas de granada roja oscura, para que vuelvan a plasmar el puño de pájaros desgarrados en poemas?
 Ella estaba allí sentada mirando fluir el río viajero incansable. No estaba el aire ni muy frío ni templado. Así como quería estar el aire. Como se le antojara estar. Recordó viejos sueños que aún la hostigaban. El primer beso asomó, suave, dulce. Un arrobo de ternura invadió sus mejillas. Unos hermosos momentos duró esa relación adolescente. Creyó que para toda la vida en el tiempo medido en su reloj de mujer. Tiempo infinito. Tiempo mudo, implacable.
El silencio interrumpido por los ruidos de la naturaleza, monótonos y reiterados. El viento sonaba en el follaje de los árboles, el río murmuraba lenguajes incomprensibles y voces de pájaros desconocidos buscaban quién sabe qué. Seguro, la propia vida de todas las cosas. Vida que la rodeaba como una aureola persistente.
Pensó y volvió a pensar hasta la tortura- ¿por qué se habían ido sin dejar ver sus rostros? En sepia no servían. Que probaran volver. Virginia, Alejandra, Alfonsina. Otra oportunidad.
Creyeron que no, aunque todos las amaban. Confundidas estuvieron en esa agua fría sin asomarse al aire del espíritu en paz. Como antes que impregnaron los oídos con las mariposas de sus voces
Recordó aquel beso y los otros y los infinitos otros. Ella también transformó en palabras, sensaciones. El no comprendió esa transmutación. Por eso lloró. Por eso y por aquellas a las que apedrearon y confundieron sus mundos.  A veces no sólo rasguñaron, dolieron.
¿Por qué no preguntaron? Había otro modo de vivir, sin ahogos, sólo asomándose a la vida. Silvia Plath, Violeta Parra ¿Por qué no preguntaron? Caminantes. Hubieran comprendido que era así: Infierno y Paraíso, un hueso triste, pero les dolía la vida con sus ropas perfumadas de dolor a la hora de partir. Para qué pretendía él la posesión. Fueron las que dieron vida hasta muertas, como la difunta, nada de sus mendrugos, de sus apuros. De sus pechos se nutrió el mundo nuevo o de los pechos de sus hijas.

Él le habló de no sabía qué mientras ella continuó pensando en los besos, los primeros. Habló y habló, no dejó de hablar mientras ella pensó en encerrar palabras. Como lo hicieron aquellas, las viajeras. 
Por dentro le agradeció la ternura generada por primera vez. Siguió hablando de la dulzura de sus ojos, creyó oír; de sus labios rojos, tal vez oyó. Interrumpió ella para preguntar si podía volver en un rato. Y partió hacia la vida en rápido vuelo.
Se siguió preguntando por qué se fueron,  por qué dejaron trunca la belleza si igual se podía vivir esta inmundicia del mundo maravilloso encerrado en el nimbo con sus herramientas mentirosas juntando de a poco palabras bellas para nosotros,  espíritus sensibles, enarbolando pancartas de amor. No a la guerra. A ellas no les quedaba bien el fusil. Sabían defender la vida, proteger a sus niños. Todos nacidos de sus vientres.
¡Que hermoso premio¡ Se acordarán siempre de sus manos , de las caricias, de un dios que les dijo, “parirás con dolor”.  Dolor y muerte en esta corta y comprometida senda.
Él en su propia necesidad de fertilizar, ella en su obligatoria urgencia de procrear. ¿A quién pertenece el fruto? Puede ser que a la vida.

                                         ALBERTO FERNANDEZ







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